Uno de los animales más importantes dentro de la cosmovisión prehispánica fue el jaguar (Felis onca). Desde tiempos muy remotos los Olmecas representaban hombres con rasgos de felino. Siglos después, en Teotihuacan, este animal fue un motivo muy común, pero se representaba con atributos de otros animales, como aves y serpientes. El jaguar simbolizaba la noche y era el nagual por excelencia de los hombres más importantes (como el gobernante o los sacerdotes), de los hombres vinculados a lo sobrenatural (como los hechiceros) y de los propios dioses (como Tezcatlipoca). La relación con este dios fue muy estrecha, ya que en los mitos de creación este numen fue el primer Sol, que al ser desplazado por Quetzalcóatl, se convirtió en jaguar. Una prueba más del estrecho vínculo entre el felino y el dios la encontramos en Tepeyólotl (Corazón del monte), deidad que es una advocación de Tezcatlipoca y se representa como un jaguar. Era el compañero del águila por eso, en el Posclásico tardío, a los guerreros valientes se les llamaba cuauhtli- océlotl (águila-jaguar). El puma estaba estrechamente relacionado con el jaguar y es el felino más representado en las ofrendas del Templo Mayor de Tenochtitlan.
EL JAGUAR ENTRE LOS OLMECAS
En México, el primer icono felino aparece entre los olmecas (1250-400 a.C.) en esculturas monumentales de piedra y en delicadas piezas de jade de sitios como San Lorenzo y El Azuzul, en Veracruz, y La Venta, en Tabasco.
Excepto por el énfasis de San Lorenzo en representaciones naturalistas, la imaginería felina olmeca se distingue principalmente por una representación recurrente: la de una extraña criatura, parte felina y parte humana, con una característica boca de labios caídos que parece gruñir. La investigación etnográfica en sociedades indias contemporáneas de Mesoamérica y Sudamérica proporciona mitos y cuentos que nos permiten una interpretación mucho más exacta de lo que representaron
estas criaturas olmecas.
Estas “criaturas imposibles” han sido bautizadas como hombres-jaguar y, para algunos estudiosos, son seres sobrenaturales producto de la unión de los gobernantes olmecas y seresjaguares míticos; otros ejemplos, que al parecer representan niños, han sido llamados “niños-lluvia”. Algunas de
las esculturas y estatuillas más pequeñas son consideradas como chamanes que se transforman en naguales
felinos, captados a medio camino entre felino y hombre. También podría simplemente tratarse de chamanes
o sacerdotes con máscaras de felinos o que asumen posturas felinas para llevar a cabo un ritual olvidado
hace mucho tiempo.
La relación simbólica entre los poderosos felinos y los gobernantes y dioses de la sociedad olmeca parece
haber sido el inicio de una tradición muy persistente en México. Se trata de antiguas concepciones derivadas de las creencias chamánicas de las sociedades cazadoras-recolectoras, en las que humanos y animales podían compartir una misma esencia espiritual y cambiar la apariencia externa a voluntad. Puede parecernos, desde una perspectiva moderna, un mundo mágico de transformaciones y brujería, pero para los pueblos antiguos era parte de su manera de ser y de actuar. En este tenor, lo que nos importa aquí es que fueron los Olmecas los primeros en traducir esas ideas a imágenes de piedra, jade, cerámica,
así como en pinturas en cuevas.
EL JAGUAR ENTRE LOS MAYAS
Entre los mayas del Clásico (250-800d.C.) el jaguar fue un icono recurrentepara simbolizar liderazgo, sacrificio y guerra. La colorida piel del felino fue utilizada como vestimenta emblemática de reyes-guerreros perteneciente a una dinastía y cubría los tronos que en ocasiones tenían la propia forma del animal, como se puede ver en Palenque, Chiapas, y Uxmal y Chichén Itzá, Yucatán.
El rasgo distintivo de la indumentaria guerrera en los murales de Bonampak son los atuendos y accesorios
de jaguar, o tal vez de ocelote.
En las Tierras Bajas mayas del Clásico, el simbolismo del jaguar aparece constantemente asociado a inscripciones jeroglíficas que se refieren a guerra, cautivos y sacrificios humanos.
Estas asociaciones fueron profundas y persistentes. Se sabe que en tiempos posteriores, durante el
Posclásico, la expresión “extender una piel de tigre” era sinónimo de guerra, y en la Colonia el “petate de jaguar” aún era el asiento de las autoridad en los consejos mayas.
El prestigio que los gobernantes mayas del Clásico concedían al jaguar puede constatarse en los títulos reales, que siempre incluyen un jaguar.
Excavaciones arqueológicas en Uaxactún y Kaminaljuyú, Guatemala, y en Altun Ha, Belice, muestran que los reyes mayas eran enterrados con pieles, garras y colmillos de jaguar. En Copán, Honduras, fueron sacrificados 15 jaguares por el rey Yax Pac, uno por cada uno de sus ancestros, en un
acto que parece indicar una identificación espiritual entre la realeza y el gran felino. Hoy en día, entre los
mayas de Chamula, Chiapas, se considera que los líderes políticos y los curanderos tienen como animal compañero al jaguar, mientras que los individuos de menor rango tienen ocelotes, conejos o tlacuaches.
La identificación del jaguar con la clase social alta también se puede constatar a través del lenguaje y la literatura mayas.
En el Popol Vuh de los maya quiché el término balam se refiere tanto al jaguar como a su fuerza y ferocidad, y sus garras son usadas como signo de liderazgo. En Chichén Itzá, Yucatán, durante el Posclásico, aparecen grandes felinos manchados comiendo lo que al parecer son corazones humanos, lo cual podría ser una representación metafórica de sacrificios humanos que llevaban a cabo los miembros de una sociedad guerrera del jaguar.
Cada una de las civilizaciones mesoamericanas desarrolló su propio concepto sobre lo que el jaguar o el
puma significaban, y representó con un estilo propio a los felinos mismos
o a criaturas míticas con rasgos felinos.
Algunos murales de la gran ciudad de Teotihuacan muestran jaguares cubiertos de plumas verdes que
soplan caracoles marinos, los que, de nueva cuenta, son representaciones de guerreros. En la Calzada de los
Muertos se conserva un mural que representa a un puma, y en el Palacio de Zacuala se ve un “guerrero jaguar” pintado en bellos colores que lleva un escudo y un tocado con un jaguar rugiente.
En 1988 se encontraron restos de dos grandes felinos, tal vez pumas, bajo la Pirámide de la Luna, que fueron enterrados vivos en jaulas de madera como acompañantes de una víctima del sacrificio. Una de las más enigmáticas imágenes del felino de Teotihuacan es la del llamado jaguar reticulado, que lleva el cuerpo cubierto de diseños entrelazados.
EL JAGUAR ENTRE LOS AZTECAS
Gracias a sus códices y a las excavaciones del Templo Mayor, la azteca es la cultura que nos brinda más información sobre el simbolismo felino en el México antiguo. En náhuatl, la lengua de los aztecas, el jaguar se llamó océlotl –razón por la cual se le confunde frecuentemente con el ocelote, un felino distinto y de menor tamaño.
Para ellos el jaguar era la criatura más valiente y el orgulloso “señor de los animales”, tal como se consigna
en el Códice Florentino recopilado por el fraile español Bernardino de Sahagún.
La vinculación entre el animal y la guerra nos dan claves sobre la idea que los aztecas tuvieron de él y de su simbolismo.
Los términos que llevan la raíz océlotl se utilizaban para describir a los guerreros valientes. Ocelopétlatl y ocelóyotl eran considerados términos adecuados para referirse a guerreros particularmente valientes, como los que formaban la elitista sociedad de guerreros
del jaguar.
La mitología, la religión y la astrología aztecas nos ilustran aún más. Para los aztecas, los nacidos bajo el signo calendárico océlotl compartían con el jaguar su naturaleza agresiva y llegarían a ser osados guerreros.
Al igual que los mayas y los olmecas, los aztecas tenían su propia idea acerca de lo que representaban los felinos–en especial el jaguar–, es decir, poseían un concepto particular sobre “la cualidad del jaguar”.
Los gobernantes aztecas tambiénusaron la imaginería del jaguar. Este animal era el señor de los animales,
de la misma manera que el emperador gobernaba sobre los hombres. Los emperadores aztecas usaban atuendos de jaguar en la guerra y en la corte se sentaban en tronos cubiertos con sus pieles. Tezcatlipoca, dios supremo entre los aztecas, fue el patrono de la realeza y el inventor de los sacrificios humanos.
Su nombre significa “señor del espejo humeante”, y esgrimía su espejo mágico de obsidiana para escudriñar en el corazón de los hombres, explorando la oscuridad cósmica con los ojos omnipotentes de su nagual, el gran jaguar Tepeyollotli.
Para ilustrar la importancia que tuvieron los felinos en la ideología azteca, basta saber que entre los restos
excavados en el Templo Mayor hay esqueletos completos de esos animales, enterrados como ofrenda, con bolas de piedra verde entre las fauces.
El Templo Mayor fue considerado en la mitología como la “montaña del agua cósmica”; las piedras verdes son signo de agua y de cosa preciada y los jaguares fueron asociados con la fertilidad. Tezcatlipoca-Tepeyollotli representa la concepción más compleja sobre el jaguar de todo el México prehispánico.